lunes, 30 de mayo de 2011

UN TROCITO DE PARAISO EN NUEVA INGLATERRA


Si con nuestras anteriores entradas  os hemos convencido para cruzar “el charco” y dejaros caer por Nueva York,  esta es la guinda que os animamos a ponerle al pastel: un par de días (mejor si son tres o incluso más, si podéis) en Nueva Inglaterra, a unas 3 horas de Nueva York.
Pueblos costeros preciosos, con sus faros perfectamente conservados dando una luz metafórica a esas escarpadas costas; gastronomía de lujo con langosta, langosta y langosta como plato estrella, aunque el pescado, en general, es delicioso; y con una vegetación espectacular, perfecta para esconderse, ¡literalmente!, en uno de los “cottages” de Hidden Pond, en el increíble Kennebunkport.

Llegamos aquí casi por casualidad. Después de que no me convencieran ninguno de los hoteles de Boston, que era la idea original. Empecé buscando en los pueblos de los alrededores de Boston, y terminé encontrando un trocito de paraíso en el estado de Maine, a unas 90 millas al norte (más o menos 140 kilómetros).
Tengo que confesar que fue casualidad en parte, porque Maine era uno de esos sitios que casi antes de saber situar sobre un mapa me llamaba muchísimo la atención, y todo por culpa Jessica Fletcher y su ficticio (e idílico) Cabot Cove (si, si, yo también tengo mis defectillos y mi gusto televisivo no siempre es infalible, que se le va a hacer).
Ha sido un capricho, lo reconozco. Un capricho caro, además (aunque la verdad es que no se me ocurre ningún capricho que no sea caro, inútil o engorde). Pero lo cierto es que me fue poco menos que imposible encontrar hoteles medio agradables en los que admitieran a niños…  Ya teníamos el vuelo de vuelta desde Boston, los hoteles disponibles en Boston eran caros, cutres o las dos cosas y en New England no encontrábamos un hotel donde nos dejaran “meter” a las fieras, hasta que encontré Hidden Pond. No teníamos muchas alternativas, era eso o un motel, así que, a pesar de que se salía un poco de nuestro presupuesto, nos decidimos. ¡Qué gran acierto!
Se trata de un resort, con los mismos servicios de un hotel, pero en vez de habitaciones cuenta con cottages, cada uno con una decoración diferente pero todos con dos habitaciones, cada una con su propio baño. Perfecto para familias. Está enclavado en mitad de una zona boscosa, y a escasos 5 minutos de la playa y 10 del centro del pueblo –imprescindible coche, eso si-. El atento personal complementa un tándem perfecto para lograr que la estancia sea del todo perfecta.
A partir de las 18:30 organizan lo que llaman The Bonfire (traducido es “hoguera”), y que consiste exactamente en eso, una hoguera en la zona de la piscina, rodeada por butacas y mesas donde poder pasar un rato nocturno prefecto tomando un cocktail mientras los niños y no tan niños disfrutamos con la típica y tópica costumbre del s´more, que no es más que tostar lo que aquí conocemos como nubes (allí marshmallows) en una brocheta directamente sobre el fuego y una vez caliente colocarlo entre dos crackers con un trozo de chocolate. Ellos mismos tienen preparadas cestitas con todo lo necesario para los pequeños.
El desayuno lo dejan todas la mañanas en la puerta, junto con el Times, y consiste en pan y muffins recién hechos, zumo de naranja natural, leche y un termo con café, y yogures, con mantequilla y mermelada ecológica de la zona, aunque nos hemos encontrado con que desde las amenities del baño (¡¡¡que gel al aceite de oliva!!!) hasta el detergente para la ropa o para el lavavajillas es artesanal y ecológico, y estos últimos, con olor a lavanda.
La piscina tiene agua climatizada, para poder utilizarla aunque no haga demasiado calor o, imagino yo, en las noches de verano. Y para poder disfrutar aún más de la naturaleza, si cabe, nos dan la opción de ducharnos al aire libre, porque cada cottage cuenta con ducha exterior, y debe ser una toda una experiencia única utilizarla mientras llueve y refugiarse después al calor de la chimenea.
En los alrededores, y si disponéis de tres días, os recomiendo  Portland, a unas 30 millas, o lo que es lo mismo, 50 kilómetros. No hay que olvidarse de visitar su faro, seguramente uno de los más fotografiados de todo el estado, y el más antiguo. Su diminuto museo es entrañable.
También merece mucho la pena Portsmouth, a unos 50 kilómetros, esta vez al sur. La principal calle comercial parece sacada de un cuento. Aunque si tenéis ganas de compras, de camino quedan los Kittery Outlets, donde se puede hacer una paradita rápida y fundir lo poco que quede de Visa en Ralph Lauren, Calvin Klein o GAP.
Hay que dedicar tiempo a Kennebunkport, cuyo centro es pequeñísimo, pero muy coqueto, y con alguna que otra tienda interesantísima, como la de objetos de Navidad (inevitable que mi souvenir haya sido un adornito para el árbol). Para comer o cenar en un entorno precioso, hay que ir a Pier 77, en Cape Porpoise.

Y Boston es tan bonito que, al menos, hay que darse un paseíto y dedicarle unas horitas antes de que salga el vuelo de vuelta, aunque estoy segura de que bien merece un par de días.
De las cosas que nos han quedado pendientes y que nos obligarán a volver destacaría dos, porque me parecen especialmente apetecibles con niños: una es recorrer Casco Bay, en Portland, en un antiguo tren de vapor (Maine Narrow Gauge Railroad Co & Museum) y la otra, visitar el Strawbery Banke Museum, en Portsmouth,  con un barrio entero formado por casas de época perfectamente ambientas y conservadas, que, además, se pueden ver por dentro.
Nuestros tres días allí han servido para descansar y para hacernos una pequeña idea de lo que nos espera la próxima vez que vayamos, porque nos han quedado tantas cosas pendientes, y nos ha gustado tanto, tanto, la zona y “nuestra” pequeña casita, que volveremos seguro. Al menos vamos a empezar a “hacer hucha” para intentarlo.

2 comentarios:

  1. Que sitio más chulo e idílico, no me canso de repetirlo!!!

    ResponderEliminar
  2. Es un sitio precioso... bueno, toda la zona está llena de encanto. De verdad que merece muchísimo la pena. Una lástima que lo tengamos tan lejos.

    ResponderEliminar